¿La maldición de los 76? Quizás la soledad en la vida de George Wendt perduró hasta el final, cuando exhaló su último aliento, mientras su esposa… permanecía ausente, física o emocionalmente, de maneras que los fans del icónico actor jamás imaginaron. Conocido por millones como el adorable borracho Norm Peterson en la longeva comedia Cheers , Wendt era un símbolo de consuelo y humor, y su personaje era recibido con cariño con gritos de “¡Norm!” cada vez que entraba en el ficticio bar de Boston. Pero detrás de las risas y los vítores se escondía un hombre que cargaba con un peso personal, uno que quizá nunca se alivió del todo.
George Wendt falleció discretamente a los 76 años, y aunque no se ha confirmado oficialmente ninguna causa de violencia ni enfermedad repentina, sus allegados afirman que llevaba años lidiando con una especie de dolor invisible. Un dolor que quizá se agravó por el aislamiento en sus últimos años. No es raro que los actores, incluso sus seres queridos, caigan en el olvido, pero la situación de Wendt resultaba más conmovedora. Quienes trabajaron con él durante su apogeo en los años 80 y 90 lo describen como un hombre lleno de calidez, ingenio y generosidad, pero también alguien que, cuando las cámaras dejaban de grabar, a menudo volvía a una versión más tranquila y retraída de sí mismo.
Su matrimonio con Bernadette Birkett, actriz y también intérprete, fue visto a menudo por los fans como una rareza en Hollywood: una unión duradera en una industria famosa por sus relaciones fugaces. Estuvieron casados durante décadas y tuvieron tres hijos. Sin embargo, con el paso del tiempo, la pareja rara vez fue vista junta en público. Los rumores de la industria sugerían que el matrimonio se había convertido más en una sociedad nominal que en un vínculo emocional. Algunos que conocieron a Wendt en los últimos años afirmaron que solía aparecer solo en eventos, a veces absorto en sus pensamientos, y que su otrora famosa risa se oía cada vez menos.
Sus amigos dicen que los últimos años del actor estuvieron más llenos de reflexión que de celebración. A pesar de sus ocasionales apariciones como invitado y en convenciones de fans, la atención se había alejado de él. “Nunca persiguió la fama”, dijo un colega, “pero no creo que estuviera preparado para lo que significó cuando la fama dejó de perseguirlo”. Se dice que Wendt pasaba gran parte de su tiempo en casa, leyendo, escribiendo y viendo películas antiguas, quizás buscando consuelo en los ritmos narrativos familiares que antaño le brindaron tanta alegría. Sin embargo, incluso en el consuelo de la nostalgia, la ausencia de una compañía profunda parecía persistir.
La soledad es una ladrona silenciosa. No irrumpe con fuerza; se filtra por las grietas del silencio, especialmente en vidas que antaño estaban tan llenas de ruido. Y George Wendt, a pesar de toda la alegría que le dio al mundo, pudo haberse sentido silenciosamente atormentado por su presencia. No está claro si su esposa estuvo junto a su cama en sus últimas horas; algunos informes sugieren que no. Ya sea por distancia, distanciamiento o dolor personal, su ausencia ha alimentado la especulación. Pero lo que sí está claro es que la vida de Wendt, sobre todo al final, estuvo marcada no solo por un legado, sino por una sensación de conexión que se desvanece.
La “maldición de los 76” es una idea nacida de la coincidencia y el dolor, susurrada en línea por fans que recuerdan la asombrosa cantidad de estrellas queridas que fallecieron a esa misma edad: Robin Williams, Carrie Fisher, Alan Rickman y otros que parecían haber sido llevados antes de tiempo. En el caso de Wendt, el número podría simbolizar no solo el fin de una línea temporal, sino la suma emocional de una vida que dio risas, pero que quizás no recibió lo suficiente a cambio.
A medida que llegan los homenajes de antiguos compañeros de reparto y fans, el tema es constante: gratitud. Gratitud por un hombre que hacía reír a los demás sin necesidad de ser el más ruidoso, por una presencia que se sentía como en casa incluso cuando su hogar era solo un bar en televisión. Sin embargo, entre líneas, también se lee una nota de tristeza: reconocer que, a veces, incluso los personajes más entrañables son interpretados por personas que libran frías batallas a puerta cerrada.
George Wendt no era solo Norm. Era esposo, padre, un hombre de múltiples pensamientos, y quizás de muchos silencios. Y en esos silencios, cerca del final, nos preguntamos: ¿quién estuvo allí para pronunciar su nombre una última vez?